RESTAURANDO EL VÍNCULO
EL LLAMADO A UNA NUEVA HUMANIDAD VINCULAR
Índice:
- El Vínculo como fundamento
- De la Mente Tribal a la Mente Digital.
- La crisis de la Mente Tecnológica
- La emergencia de la inteligencia vincular
- El Vínculo en la práctica: convivencia, naturaleza y contemplación
- Restaurar el Vínculo como modo de vida
El Vínculo como fundamento
“El vínculo está antes que la persona”, nos dice el antropólogo Eugenio Carutti. Esta afirmación, que podría parecer paradójica en un mundo centrado en el individualismo, nos invita a replantear la forma en que percibimos nuestra existencia. No somos entidades aisladas que, por necesidad o connivencia, establecemos relaciones. Somos, en esencia, seres vinculares, somos Vínculo.
Basta con observar que, en nuestra vida, antes de que podamos definirnos como «yo», ya hemos formado parte de un entramado vital infinito que sienta las bases y condicionamientos futuros de ese “yo”, a saber: lugar del planeta y momento histórico en el que nacemos, la crianza, la comida que recibimos, los lazos que nos sostienen, la cultura que sostiene nuestro entorno, leyes, tradiciones, etc.
Nuestro “yo” al final, es un mero resumen práctico, una entidad psicológica operativa que ponemos en marcha a partir del momento en que comenzamos a movernos de manera autónoma por el mundo. Y aunque sentenciáramos que ese “yo” es independiente de cualquier condicionamiento externo, sería imposible escapar de la certeza de que en nuestro interior, ese “yo” tan autónomo, está en constante conversación consigo mismo y sus partes. Todos conocemos esa imagen del angelito y el demonio, cada uno sentado en un hombro y susurrándonos al oído -¡Cómete el helado, ahora! -¡No! que luego te arrepientes- Por lo tanto no, no hay escapatoria, en esencia somos Vínculo y nuestro camino, hoy, pasa por restaurar el vínculo.
De la Mente Tribal a la Mente Digital
UN MISMO PATRÓN DEPREDADOR
Nosotros, la humanidad, hemos atravesado diversas etapas evolutivas, cada una moldeada por la estructura social del momento, el conocimiento adquirido sobre el entorno y la tecnología disponible. Esta evolución ha dejado un trazo profundo en nuestro cerebro, que ha ido adaptándose y transformándose a lo largo de estas etapas, especialmente en respuesta a desafíos traumáticos. Estas adaptaciones no solo han modificado nuestra masa cerebral, sino también nuestra cosmovisión, configurando la forma en que percibimos y nos relacionamos con el mundo.
Sin embargo, si observamos con detenimiento, descubrimos que todas estas etapas comparten un mismo patrón subyacente que responde a una condición de nuestro sistema nervioso actual, y es que los humanos seguimos siendo depredadores.
Esto puede chocarle a algunos que se consideran muy tranquilos, pero es una realidad fisiológica, no un defecto personal o moral. Nuestra sistema nervioso y nuestra mente pertenecen a un animal depredador que ha evolucionado muy poco en los últimos 200.000 años y nuestra percepción no puede sino estar condicionada por ello. A pesar de las transformaciones externas, la base ha sido siempre la misma: objetivar lo que está afuera para controlarlo, explotarlo o consumirlo.
Así, podemos observar que en las diferentes adaptaciones del cerebro humano, en general, la dominación y el control sobre otros siempre ha estado ahí. E insisto, esto no es malo ni bueno, que nadie se ofenda, simplemente se ha dado así. Veamos algunas etapas evolutivas de esta Mente.
Tribal: aunque el vínculo con la tribu y la naturaleza era fundamental, la supervivencia dependía también de la jerarquía, la dominación del entorno y la competencia con otras tribus.
Feudal-Religiosa: el vínculo se institucionalizó, jerarquizando las relaciones humanas bajo estructuras de poder donde el control social y espiritual se ejercía desde la autoridad elevada.
Industrial: la Revolución Industrial llevó la lógica depredadora al extremo, transformando la naturaleza y a las personas en recursos explotables dentro de un sistema productivo alienante.
Tecnológica-Digital: hoy vivimos inmersos en una hiperconectividad que, lejos de liberarnos, nos mantiene atrapados en una nueva forma de consumo: el de la información (Big Data), la atención y las relaciones humanas como mercancía.
Todas estas etapas son variaciones de una misma mente depredadora que todavía permanece en busca de optimizar, acumular y dominar, en definitiva, de controlar.
El reto actual que se nos presenta no es simplemente superar una etapa más, sino cuestionar el núcleo mismo de nuestra estructura nerviosa y mutar hacia una nueva modalidad de conciencia: la mente vincular, donde el control deja de ser de ser la norma y el no-saber conjunto, la participación y la co-creación se convierten en la base de nuestra existencia.
La crisis de la Mente Tecnológica
La tecnología ha ampliado nuestras capacidades productivas y comunicativas, sin duda, pero también ha exacerbado una percepción fragmentada de la realidad. La mente tecnológica percibe una separación cognitiva entre sí misma y lo que la rodea porque percibe objetos separados, optimizables y controlables. No hay una percepción (o educación o cultura) basada en los sentidos. Esto ha llevado a una crisis de soledad generalizada porque la capacidad de vincularse y sentirse como igual ha sido sustituida por el uso y el interés, dando pie a relaciones superficiales, a la desconexión del cuerpo, al atrofiamiento de la atención y la alienación de la naturaleza.
Publicaciones recientes como la de la OMS sobre trastornos de ansiedad, muestran un aumento alarmante de la ansiedad y la depresión en sociedades hiperactivas e hipertecnológicas. No es casualidad. Nos falta vínculo, no Wi-Fi.
La emergencia de la inteligencia vincular
Sin embargo, en medio de esta crisis, emerge una nueva sensibilidad: la inteligencia vincular. Carutti la define como la capacidad de percibirnos no como entidades aisladas, sino como nodos de una red viva. Esta inteligencia no busca controlar, sino participar. No busca acumular, sino fluir.
Esta transición no es solamente fisiológica o moral, sino evolutiva. Así como la clorofila permitió en su día que la Tierra «respirara luz», la inteligencia vincular podría ser el salto que necesitamos para adaptarnos a un planeta que está en un intenso proceso de transformación.
El Vínculo en la práctica: convivencia, naturaleza y contemplación
Pero ¿cómo se cultiva esta inteligencia? No convirtiéndola en un objeto más de deseo, nos dice Carutti. No basta con entenderla y adoptarla como una ideología más por el simple hecho de que suena transformador. Hay que encarnarla, hay que poner los sentidos en ello. Y eso requiere una práctica que podemos proponer desde tres nodos.
- Convivencia: a vivir se aprende conviviendo. Aprender a vivir con otros, no desde la tolerancia pasiva, sino desde la creación activa de espacios compartidos que nos reten a sostener las diferencias.
- Naturaleza: no como decorado, sino como un vínculo profundo con la maestra, la nutridora, el refugio. Cultivar un huerto o un bosque comestible nos enseña más sobre el vínculo que mil libros.
- Atención Plena: la actitud contemplativa es clave, no solo para reducir el estrés y la ansiedad, que al final son solo un síntomas, sino para habitar plenamente la experiencia, desde el cuerpo, amortiguando poco a poco la excitación de nuestro sistema nervioso.
Restaurar el Vínculo como modo de vida
En Medita Natura, no hablamos del vínculo como un concepto abstracto, sino que tratamos de darle espacio a través de integrar la meditación, el seguimiento psicoterapéutico y agrosostenibilidad no como técnicas separadas, sino como un formato de convivencia completo, un laboratorio de vida. Buscamos restaurar lo esencial: el vínculo con uno mismo, con los demás y con la Tierra.
No es un retiro por lo tanto, sino más bien un regreso. No es desconexión. Es reconexión. No es un escape. Es un compromiso. Te esperamos, no para que cambies, sino para que recuerdes.